domingo, 25 de noviembre de 2012

Nuestra propia tra(d)ición

¿Recordáis aquella mano que no disteis?
¿Recordáis aquellas dos palabras que nunca os atrevisteis a pronunciar?
¿Recordáis aquella opción que, por inusual, dejasteis atrás, hasta el punto de intentar olvidarla?

Recuerdo aquel 3º de Primaria, y aquella chica que me seguirá odiando, por haber sido un imbécil con ella, cuando se confesó aquel día... Aquella chica que me encantaba y todos parecían odiar. Cuando me dijo que me quería, y me comporté como un idiota.
Y da igual que tuviese diez años menos; podría haber sido de nuevo tan estúpido si nunca me hubiese pasado aquello.
La insensatez va ligada a la inmadurez, lo cual me hace pensar que hay mucha gente que, por insensata, aparenta inmadurez. Muchos podrán decir que la madurez va ligada a la edad, cuando yo atribuyo esta afirmación al hecho de que, a medida que pasa el tiempo, más oportunidades se van cruzando en nuestro camino.

¿Nunca habéis pensado bien por qué no disteis aquella mano?
¿Nunca habéis pensado bien por qué no os atrevisteis a pronunciar aquellas dos palabras?
¿Nunca habéis pensado bien por qué dejasteis atrás aquella opción tan alejada de la ética social, y intentasteis olvidarla?

¿Nunca os habéis planteado por qué todos estos errores nos atormentan en aquella noche en la que intentamos no pensar? La pesadilla presueño empieza en el momento en el que tocamos la cama, y ahí están: Esa mano vacía, esas dos palabras, esa opción...
Luchamos; luchamos contra nuestra mente.
No, no podemos llorar; está olvidado.
Tenemos que volver a apartar nuestros errores al subconsciente; allí durarán unos días más enterrados.

Seguimos con nuestro día a día. Al fin y al cabo, la vida sigue, y tenemos que adaptarnos a unas nuevas circunstancias que, aunque puedan recordarnos a nuestro pasado, no deberían, ya que hemos superado nuestros errores; sin pensarlos, sin llorarlos, sin solucionarlos.
Y resulta que, aunque intentemos hacer frente a este día a día, de nada sirve, si tiene tanto en común con nuestros peores recuerdos, porque nos recuerdan a ellos.

De nuevo, en nuestra cama, allí están: Aquella mano, aquellas palabras, aquella opción y nuestra situación actual, que tan parecida es a cualquiera de estas tres primeras.


"¡NO! ¡No pienso llorar! ¡NO!"
"Aquello ya ha pasado. ¿De qué me sirve pensar en el pasado?"

[...]

Pues tal vez, para mejorar.
Siempre fui una persona cerrada. Tendí a tener en secreto cada pequeño tormento que poblaba mis pensamientos. La gente solía decir que yo era una persona en la que se podía confiar; como una caja de secretos: Podías soltar tus peores pesadillas, porque yo iba a guardarlas en lo más profundo de mi ser, junto a las mías. Nadie iba a tocarlas en aquel lugar tan apartado de la realidad. Pero...
Muy poca gente confiaba en una persona que no confiaba en los demás.

Esa persona siempre se preguntaba el por qué la gente parecía caminar siempre por la acera que él no caminaba, hasta que descubrió que el problema no lo tenían los demás.

¿Cómo iba a confiar en los demás, si no era capaz de confiar ni en él mismo?

¿Por qué el chico aquel no dio aquella mano?
¿Por qué el chico aquel no se atrevió nunca a pronunciar aquellas dos palabras?
¿Por qué el chico aquel intentó olvidarse de lo que le dictaba el corazón, cuando sabía que era una estupidez intentar olvidarse de aquello?

¿Por qué aquel chico no podía confiar ni en él mismo?

Miedo.

Porque cuando el miedo se apodera de nosotros, dejamos de ser nosotros, para convertirnos en nadie. Ni pensamos, ni dejamos pensar. Y es así, porque afectamos a los demás, dejando de mostrarnos.
De lo único que me ha servido apartar mis miedos toda mi vida entera ha sido para seguir metiendo la pata constantemente, sin buscar solución alguna. No se puede ganar sin creer que se puede ganar. No siempre. Puede que algún día nos libremos, pero esos miedos enterrados (esas sombras tenebrosas) van a seguir ahí hasta el día que estemos dispuestos a reventarlos. De nada más me ha servido guardar cada pequeño trauma que para darme cuenta de la estupidez que estuve cometiendo.

Hace unos meses, yo pude haber dejado de creer en el amor. Pude haber pensado que todas las chicas son iguales. Pude haberme convertido en un repelente superficial, y haber seguido viviendo solo de lo carnal.
Pude, pero... No tuve miedo a seguir, a afrontar el terror y el dolor.
Y no solo esto, sino que comprobé que cada una de mis meteduras de pata fueron causadas por esa terrible palabra de cinco letras: Miedo.

No puedo decir que sea un experto jugador de cartas, pero sí puedo afirmar que mis peores errores me han enseñado a jugar cada una de las cartas que entran en mi juego, hasta el punto de dejar de convertirse en peores recuerdos, para pasar a ser experiencia y bonita nostalgia.

Romped esa calma, pues. Esa calma que provoca ansiedad, ante la incertidumbre del qué pasará.
Pisad el miedo, acercaos a un oído dispuesto a escuchar y decid te quiero.
Decidle a esa persona que os provoca un malestar, el motivo de este, pero recordad...

La empatía es algo muy importante, y no se puede carecer de ella a la hora de actuar.

[...]

Y seas quien seas, recuerda que, aunque pierdas a una persona, siempre tendrás a tu familia, a tus amigos y a mí. Puede que para ti, yo no sea nadie, o puede que sea alguien importante. Puede que incluso sea imprescindible en tu vida, pero, recuerda que, mientras yo te tenga un mínimo aprecio, estaré dispuesto a demostrarte que tu soledad es simplemente relativa.


So you think you can tell,
heaven for hell...
courage for fear?

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Repulsivi-(so/su)ciedad

¡Sorpresa sorpresa! Mi espalda auguraba mal tiempo; por eso me duele de hace tanto.
Y no, no hablo de mi vida. Por desgracia, no puedo arreglar el mundo.

¿Qué puedo hacer?

[...]

Contemplar la memez ajena.

¿Acaso existe algo más divertido que ver cómo se equivoca la gente que merece equivocarse?
Y sí, todos merecemos equivocarnos, porque todos somos imperfectos.
Todos tenemos el derecho de equivocarnos, pero no me refiero a eso.

Y mi última pregunta era pura ironía. Es tedioso ver como cada uno de los borregos (y orgullosos de serlo) se equivoca contigo y te demuestra, de nuevo, que hasta la gente que aparenta tener una chispa de luz dentro de su cabeza, la tiene fundida la mayoría de veces.

Me pregunto cómo sería una sociedad que solo se pareciese a la palabra suciedad por la letra u.
Me pregunto cómo sería todo si la gente fuese más versátil, o más permisiva, o como queráis llamarlo.
¿Acaso sería la perfección? Pues algún defecto tendría una sociedad tan utópica, pero dudo que llegase a tener los defectos que tiene esta.

La mayoría de nosotros sufre por no ser aceptado entre los demás, pero... ¿Por qué ser aceptado por un rebaño donde todos visten de la misma lana y todos cagan en el mismo corral?

¿POR QUÉ COÑO SENTIRSE ORGULLOSO DE ELLO?
A ver, a ver... ¿Estamos locos, verdad? Sí, estamos locos.

Voy a ser claro y conciso.
Se puede estar orgulloso de tener ganas de aprender, o de haberlo hecho, tanto estudiando como con la experiencia.
Se puede estar orgulloso de gustarse a uno mismo porque sí.
Se puede estar orgulloso de tener a unos amigos que te acepten siendo tú mismo.

De ser un puto borrego anormal, crítico de lo que los demás también critican, con un gusto pésimo de elección, basado en la opinión popular,
NO se puede estar orgulloso.

¿No lo entendéis? ¡NO!

Lo que no entiendo es cómo alguien que encaje con mi descripción no pudo anticipar el retraso mental que le causaría el hacerse la copia de una copia (Tal vez, un golpe al cerebro, en la infancia...).


Reasons, deep in me!
Reasons, let me be!
Reasons, let me bleed!
Reasons, set me free!
The reasons that we sin!

(Véase un nosotros como un yo; un pecado como cualquier cosa fuera de lo normal)

"Libre, en esta prisión."

sábado, 17 de noviembre de 2012

Secreto

Palabras ocultas que brotan de ansia.
Silencios que ocultan intenciones.
Intenciones que exaltan sentimientos.

Sentimientos fuera de control derraman su furia contra mi pálido cuerpo. Me hacen sentir lo que no siento, pedir lo que no debo... Soñar lo que no tengo.


Y me pregunto cómo puedes decir que eres el problema, cuando para mí eres la solución.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Testostirónica

Puede que algún día comprenda.
Puede que algún día cambie.
Puede que, simplemente, algún día me canse.

Y me pregunto el porqué de un guitarrista, que ha llegado a experimentar desde el dream pop más melancólico hasta el death metal melódico más avivador, más ansioso, tenga tantos problemas al intentar adentrarse en las raíces de la música.

Siempre me pregunto si la forma que tengo de sentir la música es tan incomprensible para los demás, cuando simplemente me apetece dejar fluir las notas, improvisar. Me pregunto si tan prohibido será intentar sacar sucesiones de acordes con un principio y un fin perfectamente marcados. Y es que cuando acaba dependiendo de mí, todas las canciones que nunca acabamos terminan en un final imperfecto, incluso a veces catastrófico, pudiendo haber acabado de una forma más... tónica.

Hechicera y provocadora de obras inacabadas, cada melodía que acaba desafinada me cierne en una oscuridad difícilmente descriptible. Compongo acordes sobre tu cuerpo de caoba, mientras tú vas adornando mi creación a base de tensiones, y cuando la música parece hecha para los dos, desenfreno una melodía creada a base de ansiedad (y otras palabras innombrables), pero mis dedos no corresponden a tus cuerdas; como si mis callos desapareciesen, y dejasen de permitirme sentir esa libertad... Y cuando me doy cuenta, el sentido común me dice que no cree melodía donde ya no hay acordes, que no me pierda...

Y la música se queda a medias y la noche se convierte en irónico misterio, y en novena, onceava y treceava a la vez.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Catastrófica dedicatoria al amor y la perdición - 0111XX

Y bueno... ¿Qué puedo decir que ya no sepas? Dos años... Eso debería decirte todo.
Dos años, con sus pros y sus contras, nuestras alegrías y nuestras desdichas, y aquí seguimos...

Seguimos en el mismo sitio físico que antes. Veinte kilómetros de distancia, pero...
Millones y millones de años luz de distancia es el vacío que ahora separa nuestros corazones.
¿Y qué, mi Belice? ¿Acaso importa ya?

Vale, pero a la tercera vez no será lo mismo...

¿Recuerdas mi primer ataque de ansiedad? Deberías de sentirte orgullosa. Fuiste la única persona que ha podido contemplar el único ataque de ansiedad que he tenido en mi vida, y la única que ha sido capaz de provocármelo. Después, todo volvió a ser tal y como deseaba. Pequeño error, caída al suelo y los brazos y las piernas peladas, pero nos reímos, y lo echaba de menos. No fue mi última caída, tampoco.

Y aquello fue lo que me ha dejado esta desconfianza en todo: El haber dado de mí mismo, hasta el punto de quemarme, pensando que las cosas iban a cambiar, que ibas a hacerme feliz de nuevo.

Maldita inocencia.

No me importa que ya no me quieras. De hecho, dudo que nunca me hayas querido de una forma incondicional. Lo tuyo, más bien, era como... Un culebrón romántico de los años cincuenta.
Un amor chapado a la antigua (no me explico porqué)¹, que servía más para poseer que amar.
Tu amor siempre fue más de dañar que de perdonar, y de desconfiar y recordar, y no saber luchar por lo que tuviste.
Nunca te diste cuenta de que fui un bonito tubérculo, ahogado por el odio que te enseñaron a tener los que siempre has amado.²
Nunca te diste cuenta de que la patata no se podía poseer, y te lo demostré.

Nunca te diste cuenta de que no, y reitero, NO PUEDES privar a una persona de amar a quien se le antoje. Nunca comprenderás que para que alguien te ame de verdad, tienes que ganártelo, y no exigirlo.

Lo que más me duele de todo esto es el hecho de tener días y días, y en unos de esos dos, me siento insignificante, y por mucho que alguien me diga que me quiere, vivo con ese miedo irracional que viví de que el día siguiente se levante con la otra pierna y deje de importarle, tal y como me hacías tú.

¿Tanto te costaba decirme...?

Soy una persona rencorosa. Me he criado con gente que es capaz de insultarme por mi físico y mi inteligencia, de prohibirme hacer lo que me apetece, de privarme de lo mejor de mi vida adolescente, hasta el punto de asquearlo, y luego soy capaz de perdonarlos, PERO... No esperes que te perdone, porque no me creo que tu arrepentimiento sea real. Aléjate de mí.

No fuiste capaz de volver, ni pretendo que lo seas. No pude ser siempre yo el perro que iba detrás de ti. Necesitaba sentirme querido, cosa que no pude hacer con tus inexistentes abrazos; con tus besos desganados. Necesitaba ver que si me iba, vendrías, tal y como hacía yo. Y resultó que no.

Realmente, me decepcionaste.

La última canción que te dediqué antes de borrar tu cara de mis redes sociales se quedó en nunca.
Entiéndeme. No podía seguir con una persona que solo me aportaba dolores de cabeza, llantos y soledad.

Muchísima soledad...

Y malas notas en el instituto.
Pero ya no importa, no. Simplemente, escribo porque hay fechas que nunca se olvidan, y hoy es una de ellas. Puedes hacerte la loca, como de costumbre, y hacer como si no hubiese pasado nada, pero a mí no me importará. Quiero dejar este pequeño homenaje a la decepción, al desencanto amoroso y las injusticias que nos da la vida, para la posterioridad, o simplemente por, no sé, pero no te crezcas; es imposible echarte de menos. Hiciste que lo fuese.

(¿¡Crees que es por eso!? ¡Estás mal!)

Sí echo de menos a la persona que siempre idealicé; aquella que pensaba que me amaría siempre, que perdonaría mis errores y que los llantos que me daría siempre acabarían en reconciliaciones, alegrías. Pero he crecido, y aunque nadie sepa ya verte como yo, aunque todos parece que no crean del todo la misma descripción que cuento de tus más adentros, sigue sin importarme ser el único vidente.



Quería llevar más allá este homenaje y ir a aquel lugar idílico donde nos conocimos en soledad; donde nació aquel amor tan adolescente, falso y efímero, y dejar una pequeña rosa, por todas aquellas que alguna vez tuve la iniciativa de regalarte, pero sinceramente, tengo pereza.

Y pensándolo mejor, no te mereces de mi parte algo más que no sea este escupitajo de sinceridad.

Y no. Yo tampoco lo hice bien, y es obvio, y pedí perdón, y lo intenté arreglar, y parecía que sí, pero no, pero sí, pero no, y también, y tampoco, y, y, y... y todo quedó en un bonito y desastroso recuerdo.

Siento haber sido el caos que escogiste.
NADIE ES PERFECTO.


Y aunque pretenda darle un siniestro toque de pesimismo a esta carta, mi gente más querida...
No puedo negar que las cosas me van mucho mejor que antes.
Gracias a todos los que siempre me querréis, pese a mis errores.


1. Sarcasmo.
2. La maldad reencarnada en los progenitores.