jueves, 1 de noviembre de 2012

Catastrófica dedicatoria al amor y la perdición - 0111XX

Y bueno... ¿Qué puedo decir que ya no sepas? Dos años... Eso debería decirte todo.
Dos años, con sus pros y sus contras, nuestras alegrías y nuestras desdichas, y aquí seguimos...

Seguimos en el mismo sitio físico que antes. Veinte kilómetros de distancia, pero...
Millones y millones de años luz de distancia es el vacío que ahora separa nuestros corazones.
¿Y qué, mi Belice? ¿Acaso importa ya?

Vale, pero a la tercera vez no será lo mismo...

¿Recuerdas mi primer ataque de ansiedad? Deberías de sentirte orgullosa. Fuiste la única persona que ha podido contemplar el único ataque de ansiedad que he tenido en mi vida, y la única que ha sido capaz de provocármelo. Después, todo volvió a ser tal y como deseaba. Pequeño error, caída al suelo y los brazos y las piernas peladas, pero nos reímos, y lo echaba de menos. No fue mi última caída, tampoco.

Y aquello fue lo que me ha dejado esta desconfianza en todo: El haber dado de mí mismo, hasta el punto de quemarme, pensando que las cosas iban a cambiar, que ibas a hacerme feliz de nuevo.

Maldita inocencia.

No me importa que ya no me quieras. De hecho, dudo que nunca me hayas querido de una forma incondicional. Lo tuyo, más bien, era como... Un culebrón romántico de los años cincuenta.
Un amor chapado a la antigua (no me explico porqué)¹, que servía más para poseer que amar.
Tu amor siempre fue más de dañar que de perdonar, y de desconfiar y recordar, y no saber luchar por lo que tuviste.
Nunca te diste cuenta de que fui un bonito tubérculo, ahogado por el odio que te enseñaron a tener los que siempre has amado.²
Nunca te diste cuenta de que la patata no se podía poseer, y te lo demostré.

Nunca te diste cuenta de que no, y reitero, NO PUEDES privar a una persona de amar a quien se le antoje. Nunca comprenderás que para que alguien te ame de verdad, tienes que ganártelo, y no exigirlo.

Lo que más me duele de todo esto es el hecho de tener días y días, y en unos de esos dos, me siento insignificante, y por mucho que alguien me diga que me quiere, vivo con ese miedo irracional que viví de que el día siguiente se levante con la otra pierna y deje de importarle, tal y como me hacías tú.

¿Tanto te costaba decirme...?

Soy una persona rencorosa. Me he criado con gente que es capaz de insultarme por mi físico y mi inteligencia, de prohibirme hacer lo que me apetece, de privarme de lo mejor de mi vida adolescente, hasta el punto de asquearlo, y luego soy capaz de perdonarlos, PERO... No esperes que te perdone, porque no me creo que tu arrepentimiento sea real. Aléjate de mí.

No fuiste capaz de volver, ni pretendo que lo seas. No pude ser siempre yo el perro que iba detrás de ti. Necesitaba sentirme querido, cosa que no pude hacer con tus inexistentes abrazos; con tus besos desganados. Necesitaba ver que si me iba, vendrías, tal y como hacía yo. Y resultó que no.

Realmente, me decepcionaste.

La última canción que te dediqué antes de borrar tu cara de mis redes sociales se quedó en nunca.
Entiéndeme. No podía seguir con una persona que solo me aportaba dolores de cabeza, llantos y soledad.

Muchísima soledad...

Y malas notas en el instituto.
Pero ya no importa, no. Simplemente, escribo porque hay fechas que nunca se olvidan, y hoy es una de ellas. Puedes hacerte la loca, como de costumbre, y hacer como si no hubiese pasado nada, pero a mí no me importará. Quiero dejar este pequeño homenaje a la decepción, al desencanto amoroso y las injusticias que nos da la vida, para la posterioridad, o simplemente por, no sé, pero no te crezcas; es imposible echarte de menos. Hiciste que lo fuese.

(¿¡Crees que es por eso!? ¡Estás mal!)

Sí echo de menos a la persona que siempre idealicé; aquella que pensaba que me amaría siempre, que perdonaría mis errores y que los llantos que me daría siempre acabarían en reconciliaciones, alegrías. Pero he crecido, y aunque nadie sepa ya verte como yo, aunque todos parece que no crean del todo la misma descripción que cuento de tus más adentros, sigue sin importarme ser el único vidente.



Quería llevar más allá este homenaje y ir a aquel lugar idílico donde nos conocimos en soledad; donde nació aquel amor tan adolescente, falso y efímero, y dejar una pequeña rosa, por todas aquellas que alguna vez tuve la iniciativa de regalarte, pero sinceramente, tengo pereza.

Y pensándolo mejor, no te mereces de mi parte algo más que no sea este escupitajo de sinceridad.

Y no. Yo tampoco lo hice bien, y es obvio, y pedí perdón, y lo intenté arreglar, y parecía que sí, pero no, pero sí, pero no, y también, y tampoco, y, y, y... y todo quedó en un bonito y desastroso recuerdo.

Siento haber sido el caos que escogiste.
NADIE ES PERFECTO.


Y aunque pretenda darle un siniestro toque de pesimismo a esta carta, mi gente más querida...
No puedo negar que las cosas me van mucho mejor que antes.
Gracias a todos los que siempre me querréis, pese a mis errores.


1. Sarcasmo.
2. La maldad reencarnada en los progenitores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario